Hace tiempo quería responder a estas palabras:
“De lejos veía el otro rostro pasado por Males, el hombre que todos los días tenia un te amo, pero nunca un te necesito. Éramos seres humanos contrariados por los deseos y por aquello que llenaba los bolsillos. Sí, distintos pero hechos para encontrarnos. Nunca dejaré de decir que después de la primera charla supe que era posible encontrar el arquetipo de hombre imaginado. El tipo era un literato, un escritor empedernido, un soñador y finalmente un actorazo. Conocerle hasta sus acciones más precarias lograban esa reconciliación conmigo misma. Había encontrado el personaje sensible al mundo, rebelde y antónimo de esta sociedad moralista llena de prototipos idénticos. Era el personaje que salía de todo contexto. Su presencia tenía un aire romántico que al final tuvo repercusiones, como la desesperanza por la raza humana. ¡Claro que lo amaba! Me desvivía por entender cada cosa que decía y las razones por las cuales lo hacía, así como por las reacciones que me generaba. También lo odiaba por no encontrarnos en el mismo presente. Lo odiaba porque su inmenso estar en el mundo lo cegaba hasta el punto de perder noción sobre lo que quería.
No veía la larga fila esperando que él dejara su pensamiento a un lado y volteara haber quién estaba para acompañarlo. Me disgustaba que en retroceso hiciera versos, lo odiaba por arrepentirse y ahondar en lo perdido. También lo odiaba porque jamás lucharía por mi, y porque, yo ni nadie llenaría sus expectativas. Sin embargo, me echaría de menos. Le pesarían los años y el recuerdo alimentado por nuestro momentos. Mientras que nosotras, sí, nosotras, ya lo habíamos extrañado. Al llegar él ahí, estaríamos lejos, no en distancia, sino en razones y cada palabra sería un desacierto. Entre los dos lo mejor eran los silencios, el momento en que las bocas se cerraban para generar una atmósfera donde sólo almas gemelas se encuentran. Una mirada, pasar sonrisas, entender cada doble sentido o chiste mal intencionado. Un vínculo sin fin, perdurable en el tiempo donde se permitía la huida y la probada finalmente para llegar de nuevo al allí, se valía compartir otros brazos, otra piel para llegar allí. Allí, al vacío, a la caída, al nosotros.”
Ella hablaba de un hombre que pensaba por medio de verdades efímeras y rigurosas, un hombre ecuánime, inmóvil, seguro de sí, terrenal, indócil a las tentaciones del arte, de la psicología, de la política, todo un hombre, nada más que un hombre. Y yo me encontraba ahí, frente a ese hombre, perplejo, mal juvenecido, mal hervido, rodeado por todos las descomposturas de lo inhumano, y pensé: yo no parezco un hombre, siempre he vivido entre paréntesis. El recuerdo de ella me trae un aire divertido y juicioso, tan alejado de la critica como la indulgencia. La reminiscencia de sus palabras continúan produciéndome suspiros que se ocultan bajo la mirada, esta no era una de esas mujeres discretas y púdicas que olían a posesión. Es de las pocas miradas de las que aún guardo su sensación, cuando no tengo vergüenza delante de ella, la tengo por ella. Invitáis el derecho a ser convencida.
Mi cara conservaba su decepcionante misterio burgués, es lo único que puedo esperar después de meterme en una situación voluntariamente, y querer suprimirla porque no quiero aceptar todas las consecuencias de mis actos. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que respiré antes de hacer el amor. Me encuentro a una distancia considerable, pero aún así, continuo en un lapso de resignación eso me sucede por respaldar una idea carente de validez. El solo hecho de pensar que mañana seré demasiado arcaico, tendré mis pequeñas tradiciones, seré cautivo de mi libertad, y puede que también el mundo sea descomunalmente viejo. En estos primeros días en el viejo mundo, he entendido que no se es humano hasta que se encuentra algo por lo que aceptaría morir. Yo he descorazonado tu piedad, ahora hemos vuelto a ser anormales el uno para el otro, ya no tengo ningún derecho sobre vuestros lapsos.
Es el confort moral.
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