Desde hace un tiempo atrás vengo amasando la idea profunda de que el amor no tiene nada que ver con aquel sentimiento que proponen los poetas. El amor, el de verdad, es aquel comprometido con una causa superior a la egolatría y el egoísmo. El amor no se alimenta de corazoncitos y “te amo”, el amor se alimenta, se sostiene, crece en los actos que más nos cuestan, como aferrarse a un proyecto de vida en pareja y actuar en pos de él. El amor de verdad duele, porque hacer lo correcto tiene cierto grado de alivio pero a veces no genera placer. Compromiso ese es el sinónimo más cercano a aquello que la sociedad ha tergiversado como algo rosado y celebrado en el San Valentín. Podría seguir hablando blasfemias de ese discurso hegemónico del amor que nos rodea y no nos permite pensarlo como un camino al infierno, como una lucha diaria y cruel. Porque hay que levantarse todos los días para derribar esos muros.
Escribo esto sentado en un café durantes mis últimos días en Ginebra, ciudad que sólo ofrece oportunidad laborales, pero no un desarrollo cultural para sus habitantes. A mi lado se encuentra un sujeto tratando de conquistar a una mujer, lo triste es ver como adapta su discurso dependiendo de lo que ella le va contando. Algo así como:
-¿Has ido a una corrida de toros? –dijo él.
-No, nunca he ido. Odio los toreros –dijo ella.
-Yo también, son una abominación de la raza humana –dijo él.
Espero llegar a los treinta y no tener que ocultarme para seducir a una mujer basado en la desesperación que puede producir la soledad. Porque cambiar lo que uno es está bien dependiendo de la circunstancia pero cada vez que una mujer dice algo sólo para agradarle, eso es tocar fondo. Pero qué puedo saber yo de ese ser que se encuentra a mi lado, debo dedicarle menos tiempo a mi cruel mente. Le deseo lo mejor.
En días como estos me encuentro perdido entre las calles de una ciudad que no pude hacer mía. Cada urbe tiene su costo, he vivido en varias ciudades y pronto sumaré la mejor a mi lista, Paris. Recuerdo a mi mejor amiga y su interminable Bogotá, nunca ha vivido fuera de este lugar, y creo nunca ha estado más de dos meses fuera de la misma. Me pregunto como eso ha afectado su cosmovisión… Ella cree tener el corazón como una piedra, que no pierde tiempo para insultar y poner en su lugar a cualquier imbécil igualado. Pero a mi suele mostrarme su dolor, sus vergüenzas y eso suele derribarme. Yo continuo creyendo en ella a pesar de las grietas en su cara. Sé que no está ni malgastada ni acertada, pero sigue creyendo en mi. Suelo recordar a mi expsicoanalista cuando me decía que una relación de pareja no resuelve los problemas de la vida. Completamente de acuerdo con eso, por más satisfacción que mi novia me genera, eso no puede ser la felicidad como un todo. Pero el psicoanálisis tampoco es la solución para nada, al final cada quien pone a bailar a sus demonios como mejor le parezca, a mi me funciona escribir y ver cine, mucho cine.
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