“Duermo, luego vuelvo a remar”
-Marineros Fenicios
Simón:
El otro día me encontraba intentando escribir el que fue mi primer “poema” desde hace varios años (entre grandes comillas, ya que no soy capaz de ideas indefinidas). Pretendía garabatear algo sobre los recuerdos que tengo de ti Simón, mi primer amigo si la memoria no me falla.
Siempre recuerdo esa mañana del primer día de clases en la cual nuestras madres nos hicieron sentar juntos, dado que ellas eran y son amigas. Quizá pretendían que su amistad se extendiera y se consolidara a través de sus hijos. Y no se proyectaron mal, porque aún después de 18 años siento que el lazo de amistad que se formó en primero de primaria subsiste de una manera serena y respetuosa. Yo sé que te acuerdas de todas las tardes que pasamos jugando y molestando, de tus perros y quien sabe de cuantas otras cosas más que se hallan perdidas en la memoria.
Él trágico accidente de tu padre, que te separó de tus amigos en el tercer grado del colegio. Recuerdo bien que uno de nuestros compañeros en su infinita estupidez intentó representar de manera grafica con la caída de una hoja de un árbol el infortunio de tu padre, y yo en mi infinita rabia y desentendimiento me levanté a empujarlo, sin mediar palabra. Porque sencillamente yo con mis escasos nueve años sabía que eso estaba mal (me invade un sentimiento pesado y colérico al recordar). Ese evento que marcó de una manera tan fuerte y abrupta tu niñez, también imprimió sobre la mía algo que por supuesto es indescriptible con vocablos, pero que sé bien que siempre me ha acompañado.
Creo que invariablemente mi memoria evocará tú apartamento para contemplar nuestra querida Cartagena desde esa privilegiada vista en un duodécimo piso. Los años han pasado y con ellos el declive de nuestra existencia. Hoy me encuentro lejos de Colombia, ese lugar donde vivimos, malvivimos, soportamos y nos deleitamos. Tu vida es para mi una enseñanza, porque en la constante búsqueda de una identidad suelo recordar a Valentina. Aspiro poder ir a visitarte, pero sobre todo quiero conocer ese pequeño ser que tanta alegría debe aportar a quienes la rodean.
No siendo más me despido con la ilusión de algún día poder compartir una tarde entre los tuyos.
Laura y Carlos:
A ustedes dos les debo algo más grande que la vida misma. Dado que no sé que sería de mi vida sin las ganas de superación y curiosidad que ustedes dos me inspiraron mientras atravesamos juntos esa etapa de la primaria. A ti Laura y a ti Carlos les debo una actitud que he conservado a través de los años. Siempre que me he topado con seres como ustedes, inteligentes, responsables, cultos me domina un afán y una fuerza por superarlos o igualarlos.
El día de hoy me encuentro lejos de ustedes, no sé que habrán hecho con sus vidas, sospecho que vivirán en la inigualable y desigual Cartagena de Indias, no obstante, hasta el sol de hoy sus reminiscencias están hundidas en mi como la libertad que se proclama desde la ausencia de contradicciones exteriores. Dado que ustedes fueron mi primer ejemplo de una singularidad soberana.
Les escribo esta corta carta porque siento una necesidad punzante de trascender el peso de lo celeste, lo que he sido y un hombre ha de mirar los pasos que ha dado y junto a quien para poder imaginar hacia donde quiere caminar. Pocas veces me he sentido religioso, por eso no me valgo del despotismo. Gracias, porque fue su ejemplo el que me empezó a apartar de las ideas que no tienen consecuencias en las mentes de los locos.
Con la mayor simpatía…
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